martes, 27 de septiembre de 2011

El mundo ha cambiado

Cada vez me cuesta más recordar el egoísmo que dejamos atrás con la llegada de la infección. No creo que me deba considerar una "mala" persona por ser capaz de ver que hemos cambiado a mejor. Antes mi vida no tenía sentido, o lo tenía pero a duras penas en una realidad construida a base de mentiras, porque ahora nuestra existencia es más real y auténtica que nunca.

Es como si nuestro "día a día" fuese otra fase más de un sueño del que no despertamos hasta que vimos el horror. Puede que pasase lo mismo que con algunas pesadillas, de las que sólo somos capaces de despertar cuando más aterrorizados y presionados nos sentimos.

Los hay que aún existen echando de menos todo aquello, pero esos no durarán mucho. Tendimos a racionalizar el miedo de forma totalmente contra natura, y nos saturamos de él, miedo hacia los demás, y sobretodo miedo hacia nosotros mismos. En este mundo el miedo es real (y útil), ya que los conceptos artificiales que creamos ya no tienen cabida, aquí no encontrarás estética, nivel de vida, "amor" ni tranquilidad alguna; y lo mejor de todo es que si vives aquí de forma intensa y encuentras conceptos de este tipo será un sentimiento mucho más intenso de lo que jamás imaginaste.

Perdimos muchas cosas: amigos, familia, bienes materiales, pero ahora no me importa, no soy ningún cínico ni trato de hacerme el duro, ha merecido la pena. Todo ese sufrimiento me ha hecho fuerte, y le ha dado sentido a todo, quién imaginaría que sería capaz de querer y apreciar así a mi actual "familia", formada por gente que nunca saludé por la calle ni en el metro, gente de tan diferente procedencia, etnias, costumbres y principios. En el fondo, creo que es lo más bello que me ha podido pasar.

Antes nos lamentábamos por cosas que ahora veo tan nimias... Nos preocupaba nuestra inseguridad emocional, nuestra pobreza relativa, nuestra imagen, nuestros vicios... Y mientras la sociedad nos aceptase no nos importaba crear odio y desigualdad. Ahora nuestros lamentos y preocupaciones son diferentes, mucho más reales, mucho más vivos y con mucho más sentido. Ahora nos lamentamos de no haber tenido suficiente precaución, de haber dejado atrás a alguien, de ver morir a compañeros a manos de nuestros depredadores o de confiar en quien no debimos y quedarnos sin comida. Y lo que es aún mejor que todo esto, ahora no tenemos tiempo suficiente para seguir pensando en ello todo el día, tenemos que movernos, seguir adelante y sobrevivir.

Los llaman Zombies, y los más místicos dicen que estos no tienen alma... En ese sentido podría hasta entender la infección como un impulso a nuestra evolución, porque antes todos éramos otro tipo de "zombies", y ahora por fin, nos libramos de esa "infección social"; en el fondo, este mundo es un precio relativamente bajo para la libertad existencial que hemos obtenido a cambio.

martes, 12 de enero de 2010

"Plata" en la feria

La noche más fría de octubre llegó hasta la pequeña Plata con luces, música y el sugerente olor a manzanas de caramelo y algodón.

Plata se aproximaba a la feria con ambas manos ocupadas. La derecha agarrada a su madre, cuya diferencia de altura, hacía que esta se encorvara levemente hacia Plata. La otra mano sujetaba al señor oso de peluche, que con un ojo ya medio descosido colgaba cual viejo trapo del brazo de la pequeña.

Su padre también iba a la feria, pero con sendas manos en los bolsillos. A Plata, los adultos siempre le parecían gigantes, pero concretamente su padre parecía el más alto y distante de todos. Este hombre siempre tenía un aspecto tan estirado y frío que se asemejaba a una estatua, con una petrificada mirada de enfado a todas horas.

Según se acercaban a la feria, las luces que pasaban a través de la multitud deslumbraban a Plata y la música de la orquesta zumbaba en sus oídos.


El evento, lleno de luces brillantes, música de feriantes, gigantes danzantes y risas desternillantes era para el pueblo el suceso más exultante.
El vociferante feriante anunciaba rimbombante las extravagantes
atracciones de la feria ambulante.

A Plata, esta feria ambulante se le hacía cuanto menos impactante.


Ella, rodeada de carcajadas, aroma a dulces y luces de colores, no sentía otra cosa que miedo. Un profundo miedo se apoderaba de ella desde su interior aunque a la vista de los dos gigantes acompañantes esto fuera totalmente imperceptible.

Plata no quería estar ahí, cuanto más divertido se suponía que debía ser todo más aislada se sentía. No comprendía como el resto de niños podían disfrutar de un evento tan bizarro y poco agradable. Ni siquiera se atrevía a llorar, por miedo a sentirse aún más aislada.

A pesar de todo, Plata dejo caer por su rostro una sola lágrima que se desprendió lentamente de su ojo izquierdo. Tras secarse el ojo sin soltar al señor oso de peluche ni la mano de su madre, se limpió la mejilla y con una agudeza propia de un ave rapaz, logró distinguir entre los cientos de piernas de gigantes y puestos de feriantes el rostro de un niño de su edad, el cual lloraba a destajo.

Plata quedó paralizada, el ver a ese niño rompiendo esa regla que ella misma se acababa de inventar sintió unas ganas de chillar terribles. Pero sabía que sus chillidos quedarían ahogados entre la multitud y que como mucho, solamente su madre se percataría.

Plata bajó la mirada y agarró al señor oso de peluche más fuerte que antes. Nunca pudo olvidar la mirada de aquel niño llorando en medio de la multitud, por nimia que pudiese parecer. Pero ella, se quedó con ese recuerdo grabado a fuego en su mente, y aunque crezca, Plata no será capaz de olvidarlo.








--La feria es nuestra sociedad, nuestro mundo, y Plata no es más que una persona cualquiera que aspira a más, una idealista que no se puede conformar con las imposiciones de una sociedad, sean morales, culturales, artísticas, intelectuales, legales, ideológicas, religiosas o políticas. A veces, uno simplemente siente y desea romper con todo; y poder marcar su propio camino. Este “relato” está dedicado a todas las personas que se sienten o han sentido así al menos una vez en su vida.--

domingo, 15 de noviembre de 2009

Diálogo antes de la batalla

(Esto es un relato de ficción sin contextualizar e improvisado)





[...]



-¿Sabes? Cada vez estoy más convencido de ello.



-¿Convencido de qué? (Contestó Ren mientras se ponía el traje de batalla)



-De los hombres que van a la guerra, quiero decir, de los motivos de los hombres que van a la guerra.



Ren cambió levemente su seria expresión habitual por una leve sonrisa de asombro y algo de sarcasmo.



-¿Y eso? ¿Por qué crees que los hombres van a la guerra?



-Los hombres van a la guerra por la falta de amor en sus vidas.



Ren permaneció en silencio a la espera una detallada pero poco convincente explicación. Ryô siguió:



-Pero no me refiero a la falta de amor en cuanto a recibirlo se refiere no. Cada vez que blando mi espada, siento el viento en mi cara, la sequedad de la tierra y la sangre caliente de mis amigos y enemigos cayendo a borbotones sobre la piel; me doy cuenta de que todos y cada uno de nosotros estamos faltos de amor. Faltos de dar, ese es el verdadero amor; y la falta de ese sentimiento algo que puedo ver en todas sus miradas, no tienen otro motivo para combatir que ese, aunque a veces intenten justificarlo llamándolo honor o cualquier otra estupidez carente de sentido de esas que nos intentamos creer los guerreros.



Ren con la cabeza gacha se acababa de apretar ambos lazos de sus ropajes a las muñecas y al cinto y escuchaba con atención y cierta sensación de odio hacia sí mismo. Aunque jamás lo aceptaría en público, él sabía que las palabras de Ryô eran ciertas y más cercanas según seguía hablando.



-No somos capaces de dar, de amar de verdad. Nos pasamos la vida esperando recibir algo a cambio de lo que tenemos que dar, y eso hace que el mismo acto de amar pierda sentido. Por eso le intentamos dar sentido a nuestro egoísta y posesivo punto de vista matando, haciéndonos daño los unos a otros.



Ren interrumpió:

-¿Y qué hay de nuestros líderes? Si bien es cierto que nos matamos unos a otros… ¿Qué papel tienen aquellos reyes y señores de guerra en la batalla? Al fin y al cabo, ellos son los que dan las órdenes.



-Justamente mi amigo Ren, ese es el problema. Los que dan las órdenes de guerra siempre son los menos capaces de amar. Los más egoístas de todos son los que se tienen que complacer pensando en las matanzas que provocan, la codicia, el dinero, el poder… Históricamente le hemos dado importancia a invenciones propias para fomentar la individualización de las cosas y el apropiamiento personal de todo cuanto tenemos como sociedad.



-Como tú digas Ryô, pero déjame decirte algo: Yo encuentro placer haciendo esto. Yo no rebato nada de lo que has dicho; es más, puede que tengas razón, que nunca seremos felices, pero ahora mismo, mi droga y mi entretenimiento es este. Esto me mantiene vivo y activo, la adrenalina, la sangre, el batirme con alguien que pueda estar a mi altura… La batalla es para mí una panacea y voy a seguir luchando hasta mi muerte.



Ryô permaneció callado a la espera de la conclusión de Ren.



-¿Y tú Ryô? ¿Vas a seguir luchando o después de este discurso vas a huir como alguien “que ama”?



Ryô apretó con fuerza la funda de su espada y dijo:

No, porque que yo haya llegado a esa conclusión no quiere decir que vaya a huir de la batalla. Tan sólo afirmaba que me doy asco, como lo damos todos aquellos que dejamos nuestras vidas sobre esa sucia tierra. Pero esa sensación no desaparecerá nunca… El miedo en los ojos de los soldados, no el miedo a la muerte, el miedo a darse cuenta de lo que están haciendo, a despertar de ese sueño de felicidad basada en caos y destrucción.